Cada viernes, la rutina paralizada los impulsaba a jugar a ser otros, y les gustaba, aunque las primeras veces resultaba extraño y demasiado estúpido.
Cuatro viernes al mes.
Y pasaron 2 años. Con el tiempo se les volvió una necesidad experimentar nuevas formas de conocerse. Sus personalidades giraban noventa grados y todo era diferente. La realidad no tenía voz ni voto. Valía sólo la imaginación. Vidas inventadas. De principio a fin.

Y de vuelta la cabeza choca a la pared.