A mi hijo varón.

Quiere leer detenidamente cada sílaba que digan mis manos, y que no se le escape mi sonrisa ni un segundo. Quiere que mi mirada autoritaria le pegue patadas en la nuca, y que cada vez que mis deseos aparezcan en sus sueños lo atrpeyen a cientotreinta kilómetros por hora, quiere sentir que las persianas del maxiquiosco se cerraron por diez años cuando yo pestanee. Quiere escuchar mi voz y abrazarla para que se calle, quiere que mi ombligo sonría y le cante el arrorró, rendirse cuando mis caricias pasen por su espalda, y enojarse cuando mis neuronas no se pongan de acuerdo. Quiere, antetodo, perderse en mis ojos.

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