Intermitente

Le saqué fotos cada catorce pasos que daba. Retraté esa cara tosca qué hacía cuando se sentía incómodo. Pocas veces pude percibir, captar o capturar una sonrisa sencilla, honesta en su rostro. Yo era el primer escalón de su escalera, lo más lindo e importante, y a la vez, fui sus peores sensaciones, su volumen alto de presión. Me amaba sin demostrarlo, y le creí. Cada día me sentía más ajena a su mundo, no reconocía mis actitudes, decisiones. Era incómodo, y me confundía. No me animaba a preguntarme si lo amaba. Sentía que salía a la calle vestida de dudas, o quizás disfrazada. Las fotos me demostraron que estaba incluido en mi vida, que ya no podía caminar sola. Tiene una cara ojerosa, pálida. Cuando se altera, se le marca una vena en la frente. Casi todo el tiempo está nervioso, afligido, presionado, frustrado, enojado: casi todo el tiempo es feo. Él me llama mucha la atención, quisiera mirarlo los sesenta segundos del minuto. Su vida es una alfombra mágica, pero pintada de gris. Mis fotos me mostraban todo eso cuando estaba sola. Él me apagaba, me reprimía. Ahora hasta puedo escribirlo.